Molino de Sabandía
Habrá oído el argumento. ¡Es tan
prístino! Toda vez que se habla de Twitter, Facebook e Internet se machaca en
el mismo mortero: que todas esas voces hablando a la vez no tienen ningún
valor; que lo que importa es la calidad, no la cantidad.
Me imagino cómo se sienten. Durante los
primeros 4500 años de historia escrita tuvieron control sobre la información.
De pronto, un tipo de Maguncia inventó una máquina que permitía hacer copias en
serie de páginas de texto en forma rápida y económica y ahí las cosas se
descalabraron bastante. Pero incluso después de Gutenberg el número de voces
independientes siguió siendo relativamente pequeño. Todavía era posible
perseguirlas, censurarlas, aniquilarlas. Con todo, esas pocas voces lograron
modelar un mundo más justo y más diverso. No perfecto, claro. Pero sí mucho
mejor. Había disenso, o al menos la posibilidad del disenso.
¡Pero ahora! Resulta que una banda de
hippies inventó esto de Internet y por muy poco dinero cualquiera que sepa leer
y escribir puede andar por ahí diciendo lo que se le ocurra. No hay persecución
que valga. Así que se les da por el lado de la descalificación. "Todas
esas voces hablando no tienen ningún valor, son ruido de línea -sostienen-. Lo
que importa es la calidad, señores, no la cantidad."
¿Quién estaría dispuesto a refutar una
verdad tan evidente?
Con permiso, ahí voy.
Ni árboles ni bacterias
No, no voy a plantear que siempre
existieron los rumores y que la cantidad de cuentos que se nos han impuesto a
lo largo de la historia es tan inmensa que, en realidad, nunca hemos tenido
demasiada calidad . Eso sería aceptar el argumento. Y ocurre que no lo
acepto.
Tampoco diré que habría que definir
calidad y determinar quién puede ser el juez de tal parámetro. Eso no sólo
sería aceptar el argumento, sino, además, colaborar con su aplicación.
Lo que digo es que lo único que importa
es la cantidad de voces, no la calidad, y que siempre fue así.
El control de la información ha sido la
base del poder político y económico desde que existe la civilización. Hay otros
pilares, pero éste es el fundamental. No digo que esté mal. Es como es. No
somos árboles ni bacterias ni gatos monteses. Quienes controlan la información
lo controlan todo. Así que la cuestión nunca tuvo que ver con el sustantivo información
de la oración que precede, sino con el pronombre quienes .
Basta echarle un vistazo a la historia
para observar una regla de hierro (literalmente). Todos los gobiernos
autoritarios se ocuparon de destruir las voces disidentes. Devastaron la prensa
opositora como primera medida; tampoco les fue mejor a los artistas que no
comulgaba con su épica ni a los científicos demasiado innovadores.
Es una plaga
Por eso, la pregunta no es ¿este dato
es cierto, es verdad, es de buena fuente, es real? , sino ¿quiénes
controlan la difusión de este dato?
El número de individuos que decidía qué
sabía el público fue siempre muy pequeño. Esto es bueno, si estás entre esas
pocas personas, porque, sin importar la calidad de la información, podés
imponer una idea, una visión del mundo, lo que te venga en gana. Es más: podés
imponer el mito de que tu voz es la única calificada, que es de calidad.
En ese sentido, las cosas no han
cambiado nada. Sólo que ahora, el quienes se ha multiplicado hasta
valores nunca vistos (o imaginados). Como el número de miradas y de voces es
descomunal, es imposible ponerles coto. Acallás una aquí y aparecen cien mil
allá. ¡Es una plaga!
Por eso, súbitamente, les sale esta
irrefrenable vocación por la calidad. Porque la amenaza está en el número, está
en que no se puede perseguir, desterrar ni eliminar 2000 millones de voceros.
Subvencionan su argumento con pruebas no
menos contundentes. Cualquiera que mire durante diez minutos su línea de tiempo
en Twitter o se pase un rato leyendo las noticias de Facebook caerá pronto en
la cuenta de que gran parte de lo que se propala es, para decirlo suavemente,
olvidable. ¡Quod erat demonstrandum! "Eso
de la voz colectiva en realidad es -concluyen- un montón de rumores y
trivialidades."
Un error de perspectiva. Un fatídico
error de perspectiva. Twitter, Facebook o Google Plus están llenos de las cosas
que se nos van pasando por la cabeza. No me vengan con el latiguillo de la
calidad porque, lejos de ser un defecto, el valor de Internet reside
precisamente en que no hay allí edición. Puede que durante gran parte del
tiempo nos la pasemos entretenidos en #esto o #aquello, pero esa ligereza es sólo aparente. Es una
ilusión.
Lo que llaman ruido de línea,
rumores, banalidades, eso que califican de baja calidad , es el
tranquilo rumor del mar en un día calmo. No parece importante. Mucho menos
parece amenazador. Pero, trivial o no, ese rumor no se puede controlar. Es el
murmullo de la voz global. Puede convertirse en iracunda tormenta o en
imparable tsunami en cualquier momento.
Apaguemos Internet
Por algún motivo, sin embargo, se
insiste con la fantasía del control. Los proyectos de ley SOPA y PIPA, en
Estados Unidos, y otros de su clase en otras naciones, pretenden que es posible
evitar el robo de propiedad intelectual bloqueando dominios, filtrando
protocolos y cosas así. Sí, claro que es posible, pero las consecuencias serían
nefastas.
No sólo porque esta clase de
intervencionismo va a terminar por romper la Red, como explicaron en una carta
más de 80 ingenieros y fundadores de Internet, incluido Vinton Cerf, hace unos
días, sino porque pondría en jaque la libertad de expresión, dándole
herramientas idóneas a los gobiernos autoritarios para la persecución y la
censura.
Así que, ¿por qué no hacer las cosas más
sencillas y apagar Internet de una vez? Ya está. Fue bueno mientras duró. Que
nos canjeen la computadora por un lindo lavarropas programable o un freezer
familiar y que nos reemplacen el plan de datos por, no sé, ¿un año gratis de TV
por cable? Volveremos a las estampillas. Después de todo, ¿no estábamos tapados
de mails? ¿No era que el exceso de información nos tenía estresados? ¡Apaguemos
Internet y que todo vuelva a ser como antes!
Pero hay un problema. La economía
planetaria, que dicho sea de paso no está transitando por uno de sus momentos
más brillantes, depende de Internet. El mundo ya no puede funcionar sin la Red.
Esto ya pasó antes. El libro fue
resistido, incluso por sus posibles beneficiarios, durante decenios. Hasta que,
poco a poco, la economía occidental se volvió dependiente de la imprenta. No
podía producirse suficiente riqueza sin, al mismo tiempo, ceder un poco de
control. Ahora es igual.
Luego de la Segunda Guerra Mundial
pensamos que ya habíamos visto bastante barbarie autoritaria, y enunciamos
solemnemente el derecho de la libertad de expresión. Una belleza de intención,
pero que se quedó en eso. Porque la mayoría de los seres humanos no podía soñar
con una audiencia. Expresarse libremente, sí, ¿pero frente a quién? ¿Frente a
tus amigos y familiares? ¡Vaya progreso!
Bueno, ahora empieza a hacerse posible
la libertad de expresión porque podemos llegar a una audiencia global a costos
accesibles y sin censura. Esa es la condición que hace posible Internet. No se
la puede separar de ella. La libertad está inscripta en los protocolos de la
Red. Por eso están tan preocupados sus inventores frente a los proyectos de ley
como SOPA.
La historia se repite. De la misma forma
que no se podía cosechar los beneficios de la libertad de imprimir y a la vez
controlar lo que se publicaba, tampoco es posible explotar una Internet
esterilizada por los controles. El principal algoritmo de la Red fue y sigue
siendo la libertad de expresión.
Y por si no lo sabían.
Además, es tarde para implantar
controles. En este nuevo mundo las cadenas ya no pueden hacerse de hierro.
Apenas si pueden hacerse de bits...